La Patria se hizo con coraje
Por Malú Kikuchi 24/5/10 Hubo una vez, hace ya 200 años, en un pequeño puerto sobre un gran río, unos hombres que se reunieron para darse gobierno propio. La situación histórica es demasiado conocida para abundar en detalles. España dominada por Napoleón y sin un rey español, hizo que en el virreinato del Río de la Plata, el poder recayera en el pueblo. Una decisión revolucionaria que se basó y se defendió, a fuerza de coraje. Esta patria nuestra, la de todos, por más divisiones que nos impongan y nos dejemos imponer, se hizo de a caballo y con coraje. Los caballos ya no son necesarios como medio de transporte; el coraje sigue siendo necesario, pero desapareció. Hoy no se necesita el coraje de los sables, ni el de los fusiles; no necesitamos el coraje de las batallas sangrientas, ni las muertes heroicas, sólo necesitamos coraje cívico para ponerle límites al poder político. Hoy se necesita el coraje cívico de asumirnos como ciudadanos plenos, libres, responsables, integrados a la sociedad, dispuestos a mantener nuestras ideas y creencias, sin pensar en el costo que esto puede implicar. Hoy se necesita el coraje cívico de ser políticamente incorrectos ante el poder, para ser correctos ante nuestras propias convicciones. Sin relativismo moral, sabiendo lo qué está bien y lo qué está mal. Si no tenemos ciudadanos capaces de vigilar al poder político y marcarle sus límites, no hay república posible. La sociedad está compuesta por innumerables eslabones que forman una cadena. Si todos los eslabones son débiles, la sociedad se somete al poder político. Si algunos eslabones, ni siquiera todos, sólo algunos, son lo suficientemente fuertes como para enfrentar al poder político, esa fuerza refuerza al resto de la cadena. El ejemplo cunde, la república renace. El coraje es tan contagioso como el miedo. Hagamos lo que podamos, sabiendo que siempre se puede hacer más. ¡Contagiemos coraje! Foucault decía que “es una obligación de los ciudadanos ejercer el coraje cívico”. La *“parrhesia”, hablar sin censura, es un deber moral de todos los ciudadanos. Si se conoce o se sufre un delito y no se denuncia, se es cómplice. ¿Qué pasa con aquellos que en privado confiesan presiones y pedidos de coimas y no son capaces de declarar ante el poder judicial? Dicen que el miedo no es zonzo y es cierto. Pero el miedo es lamentable y triste, y esto también es cierto. Se supone que los que se animen a denunciar y a mantener la denuncia ante los tribunales, probablemente sean perseguidos. Los abrumarían con integrales de la AFIP, con todos y cada uno de los mecanismos con que cuenta el estado, que son muchos. Pero si se animaran, primero uno y luego dos y después cinco y cada vez en mayor número, el estado poco podría hacer. Corajudos se necesitan. Si los líderes sociales, los eclesiásticos (de todos los credos), las FFAA, los intelectuales, los periodistas, los gremialistas, los empresarios, los industriales, los burócratas de carrera, no empiezan a dar ejemplo de coraje cívico, denunciando lo que está mal, poco se puede esperar de los ciudadanos de a pie. No basta con denunciar, hay que sostener la denuncia, aportar pruebas y soportar lo que venga. ¿Se imagina qué hubiera sido de la patria si Belgrano hubiese medido las consecuencias de abandonar su reconocida profesión de abogado para convertirse en un improvisado general? ¿O los apasionados jacobinos Moreno y Castelli, que se pusieron al servicio de un proyecto de patria, sin calcular sus pérdidas personales? ¿Pensamos alguna vez en el Padre Alberti, que murió de un infarto saliendo de una reunión de la 1ª Junta, antes de que ésta cumpliera un año de gobierno? ¿O en Azcuénaga, ya mayor en años, o en Larrea y Matheu, que eran españoles y no les convenía la revolución, o en Saavedra, tan bien conceptuado y que sin embargo terminó desapareciendo sin dejar rastros de lo que le sucedió después? ¿O en Juan José Paso? Todos ellos soñaron y pelearon para que en algún momento fuéramos una nación. Actuaron con coraje. Con ese coraje que nos falta hoy. Tan poco coraje tenemos, que hemos permitido que nos estafen la república. Cumplimos 200 años de una fecha heroica que da nacimiento a un proyecto de nación, que entonces no estaba nada claro, pero que claramente fue un acto de fenomenal coraje. Hoy nos encuentra 200 años más viejos, pero no más sabios. Y decididamente más cobardes. 200 años después de ese 25 de mayo de 1810, hemos permitido una desastrosa política exterior, una absoluta inseguridad física y legal, un total desprecio por la propiedad privada, una corrupción creciente, un narcotráfico al parecer imparable. Hemos permitido la manipulación de las instituciones, la destrucción de las FFAA (que no sólo forman parte de la patria sino que le dieron nacimiento) y un enfrentamiento desquiciado con la Iglesia y con el campo. Hemos permitido un bochornoso capitalismo de amigos, un conato de disgregación nacional frente a los pueblos originarios, y una división permanente entre argentinos, ya que el adversario político es el enemigo *(Carl Schmitt). Hemos permitido que una interminable e insufrible batalla de pequeños egos nos achique la grandeza que debiera tener el bicentenario. Hemos permitido que nos desaparezcan los sueños. Hemos permitido que la presidente por temor a un abucheo, siendo ella la jefe de las FFAA, no asista al desfile de las mismas, y con igual temor, no festeje la recuperación del teatro Colón, patrimonio cultural del país. La falta de coraje sobrevuela la nación. Hemos permitido que con Simón Bolívar, nuestros hijos y nietos digan: “Lo único que se puede hacer en América (del sur), es emigrar”. Todo lo permitimos y lo soportamos mansamente, casi se diría que con indiferencia. Mientras, los que gobiernan, se llevan puesto el país. Sobre el coraje de hace 200 años, no se sabe, no se contesta. Decía George Bernard Shaw: “la democracia es el proceso que garantiza que no seamos mejor gobernados de lo que nos merecemos”. Con coraje y juntos, 200 años después, seamos capaces de ser mejor gobernados. Recuperemos la patria, sólo de nosotros depende. |
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