Humor y cumbia para sobrevivir a las balas y la policía corrupta
Entrevista a Emilio Di Tata Roitberg. Su novela “González Catán”, situada en el Conurbano, fue reconocida por el jurado del Premio Clarín de Novela.
Hay que entrar en la novela como quien recorre los vericuetos de una barriada pobre, con la cumbia de fondo, las discusiones entre vecinos pero también la gauchada y el trabajo honrado, el festejo al alcance de un porrón de cerveza y los tiros a la vuelta de la esquina.
González Catán es la tercera novela de Emilio Di Tata Roitberg –la primera y la segunda son la saga de El oso, un policial ambientado en los años 90 en Bariloche, que ya agotó la cuarta edición y se ha convertido en un sorprendente éxito de ventas– y consiguió, por decisión unánime del Jurado de Honor del XVII Premio Clarín de Novela, que fuera publicada junto con la ganadora Rebelión de los oficios inútiles, de Daniel Ferreira yTodas las generalas servidas del mundo, de Esteban Seimandi.
Aunque reside en Bariloche desde hace varios años, Di Tata Roitberg retrata a la perfección el presente del Conurbano bonaerense donde creció. Un escenario donde se mueven trabajadores pobres, aventureros, narcotraficantes, policías corruptos, travestis e inmigrantes de los países vecinos.
-Las primeras páginas de su novela parecen salidas de los noticieros que vemos todos los días, ¿qué le interesó narrar de ese mundo?
-Tengo un gran cariño por mi patria chica y quise mostrar historias de vida de gente común, con sus alegrías y tristezas, alejadas de los estereotipos. Es cierto que algunos párrafos son como partes de un noticiero, aunque mi interés es mostrar a los seres humanos detrás de las noticias. Siempre me dolió que gente que nunca estuvo allí piense que La Matanza es un territorio donde sólo hay miseria y delincuencia. Es natural que así sea, porque conocen el lugar por la televisión, que manda los móviles cuando hay un crimen aberrante o una catástrofe climática. Es raro que uno prenda la tele y vea un concierto en la cancha de Deportivo Laferrere, por dar un ejemplo.
-Hace años que usted no vive en esa zona, ¿cómo hizo para recrearla a la distancia?
-Pasé mis primeros años en distintos barrios de Laferrere, González Catán y Ramos Mejía. Si en mi historia los personajes tienen que trasladarse de un punto a otro, sé exactamente qué colectivo, tren o combi trucha deben tomar sin necesidad de buscarlo en Google. Estoy familiarizado con todo lo que ocurre allí.
-La zona ha cambiado mucho en los últimos años.
-Cada tanto me pego una vuelta para visitar a parientes y antiguos vecinos. Para preparar esta novela, estuve con gente de la colectividad paraguaya que me contó sus experiencias, escuché una cantidad de historias y diálogos de los que tomé debida nota. Creo que el cambio más grande no se dio tanto en González Catán como en toda la sociedad. En mi niñez era normal que un chico anduviera en bici lejos de su casa, incluso por barriadas pobres, sin temor a que le pegaran un palo en la cabeza o lo secuestraran. Podía estar afuera toda la tarde y nadie se preocupaba. Hoy en día eso no es algo tan común en el Conurbano ni en casi ninguna ciudad de la Argentina.
Con un ritmo vertiginoso y enfrentando situaciones imprevisibles que deben resolver antes de que las balas los alcancen o algún coche los atropelle, los personajes de González Catán recurren a ritos umbanda o buscan la protección de un jefe narco para vengar una traición amorosa, conseguir trabajo o saldar deudas. A la dureza de esas condiciones de vida, Di Tata Roitberg le opone un recurso infalible: el humor. “Me gusta que la gente se ría con mis historias, aun cuando de a ratos sean más bien dramáticas”, agrega. Véase si no esta cita de la novela: “Comenzó a llenar la pava con un bidón de agua sacada de un pozo cercano al río, agua enriquecida con mercurio, níquel, cadmio y otros minerales vertidos por las curtiembres de la zona”.
Es una travesti quien mejor anuda esa visión descarnada con un lenguaje tan desfachatado como certero. “Raffaela empieza siendo un personaje secundario pero de a poco va ganando un lugar cada vez más protagónico. Disfruté escribir sus aventuras porque es canchera, deslenguada y con un instinto de supervivencia a toda prueba. Además, su sentido del sarcasmo resulta un contrapeso con otros pasajes más oscuros de la obra”, concluye el autor.
-Tengo un gran cariño por mi patria chica y quise mostrar historias de vida de gente común, con sus alegrías y tristezas, alejadas de los estereotipos. Es cierto que algunos párrafos son como partes de un noticiero, aunque mi interés es mostrar a los seres humanos detrás de las noticias. Siempre me dolió que gente que nunca estuvo allí piense que La Matanza es un territorio donde sólo hay miseria y delincuencia. Es natural que así sea, porque conocen el lugar por la televisión, que manda los móviles cuando hay un crimen aberrante o una catástrofe climática. Es raro que uno prenda la tele y vea un concierto en la cancha de Deportivo Laferrere, por dar un ejemplo.
-Pasé mis primeros años en distintos barrios de Laferrere, González Catán y Ramos Mejía. Si en mi historia los personajes tienen que trasladarse de un punto a otro, sé exactamente qué colectivo, tren o combi trucha deben tomar sin necesidad de buscarlo en Google. Estoy familiarizado con todo lo que ocurre allí.
-Cada tanto me pego una vuelta para visitar a parientes y antiguos vecinos. Para preparar esta novela, estuve con gente de la colectividad paraguaya que me contó sus experiencias, escuché una cantidad de historias y diálogos de los que tomé debida nota. Creo que el cambio más grande no se dio tanto en González Catán como en toda la sociedad. En mi niñez era normal que un chico anduviera en bici lejos de su casa, incluso por barriadas pobres, sin temor a que le pegaran un palo en la cabeza o lo secuestraran. Podía estar afuera toda la tarde y nadie se preocupaba. Hoy en día eso no es algo tan común en el Conurbano ni en casi ninguna ciudad de la Argentina.
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