El “falso cáncer” de Cristina Kirchner ha sido quizás una de las mentiras más crueles que ha sostenido el oficialismo en los últimos años. La eliminación de estadísticas de inseguridad, la manipulación del Indec y hasta la persecución a consultores privados han quedado hechos trizas al lado de semejante desacierto.
¿Existe acaso algo más cruel que jugar con los sentimientos de toda una sociedad respecto a una enfermedad que remite a recuerdos malditos en la Argentina?
Es difícil a estas alturas olvidar las imágenes del vocero presidencial, Alfredo Scoccimarro hablando de la patología de Cristina y de la necesidad de un duro reposo posterior. ¿Cómo se vuelve de ello? Mejor dicho, ¿se vuelve de ello?
Nadie puede creer que haya sido casual que, en su exposición del pasado 28 de diciembre, la mandataria hablara de su enfermedad con la imagen de Eva Perón detrás. Era un obvio intento de generar una asociación indirecta entre lo que ella vive y el cáncer que acabó con la vida de una de las mujeres más populares de la Argentina.
Hay que mencionar a ese respecto que, en sus más de ocho años de gobierno, los Kirchner siempre se mostraron en contra de utilizar la liturgia peronista. Solo se valieron de esta cuando tuvieron que afrontar momentos políticos complicados. “Estos tipos se creen superadores del peronismo, en la intimidad hasta se burlan de Perón y Evita”, admitió hace pocos años un hombre que supo ocupar el cargo ministerial más relevante de la corte K.
Como sea, la sobreactuación oficial terminó perjudicando al mismo Gobierno que intentó tapar sus incongruencias con el inflado diagnóstico de Cristina. ¿Nadie se hará cargo del papelón? ¿Por qué persiste el silencio oficial respecto a tan elocuente pifie?
A partir de lo ocurrido, es seguro que los periodistas alineados con el poder —junto a los inefables bloggers K— echen la culpa de lo ocurrido a la prensa “crítica”, asegurando que se exageró la patología de Cristina y jurando que ella misma jamás habló de carcinoma.
Antes de que lo hagan, solo deben recordar las palabras de la mandataria, cuando aseguró que le iba a disputar a Hugo Chávez la titularidad del “equipo de presidentes con cáncer”. ¿Era solo una broma del día de los inocentes?
Si solo se trató de eso, sería bueno que alguien se lo explicara pertinentemente a las cientos de personas que hicieron vigilia fuera del Hospital Austral, rezando por la pronta recuperación de Cristina. ¿Qué decirles ahora? Se insiste: ¿Por qué nadie salió a pedir disculpas por el papelón oficial?
En estas horas, medios de prensa de todo el mundo se han hecho eco de lo ocurrido. Algunos con más mesura que otros, pero todos remarcando lo vergonzoso de la situación. Por caso, ¿qué confiabilidad puede tener para un inversor extranjero un país donde se miente hasta en un mero diagnóstico de salud presidencial?
Es bien cierto que el descrédito argentino no ha comenzado a raíz de esta anécdota, pero también es real que lo acaecido ha reforzado esa mala imagen. ¿Cómo intentar explicar ahora que la sostenida mentira respecto del cáncer de Cristina nada tiene que ver con las manipulaciones estadísticas o las incesantes contradicciones en el seno del discurso del poder?
Con Néstor Kirchner ocurrió exactamente lo contrario: los comunicadores oficiales aseguraron hasta el hartazgo que su salud era impecable. Lo hicieron hasta un día antes de que muriera. ¿Por qué seguir creyendo en lo que dicen los mismos escribas? ¿Por qué si esos funcionarios se equivocaron tan groseramente siguen ocupando sus cargos?
Son preguntas que, más temprano que tarde, alguien del Gobierno debería responder. Mientras tanto, todas las especulaciones están permitidas, ya sea aquellas que hablan de que Cristina en realidad se hizo una cirugía estética o las que juran que todo fue una brillante actuación oficial para tapar los problemas coyunturales que vienen.
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