¿Dónde están las autoridades?" "Acá no vino nadie." "Nosotros caceroleamos,
pero nadie escucha." Martes a la tarde, sobre la avenida Rivadavia al 8000. Cae
la noche de un día fantasmal, no sólo porque arrancó en plena madrugada y con
tormenta, ni por el cielo cerradamente gris ni por la ausencia de autos (los
vecinos de los edificios de los alrededores, sin luz ni agua desde hacía horas,
habían decidido cortar la avenida), sino por la extraña impresión de estar
escuchando, a cada paso, a Buenos Aires hablando en voz alta. Confesando por
boca de sus habitantes su historia de amor: la habían dejado sola, mojada y a la
deriva.
Sin calles (ya eran ríos), sin semáforos, sin luz. Sin palabras. Porque si
para algo sirve a veces semejante corcovo de la naturaleza, es precisamente para
ver lo que casi nunca se nota. Lo que queda escondido en el runrún de una ciudad
a la que siempre le gustó pensarse agitada y primermundista, pero cuyo vetusto
miriñaque asoma cada vez que pasa "algo": una lluvia enorme, una nube venenosa,
un choque. Emerge entonces la verdad al desnudo.
Y lo que decía la ciudad el martes pasado -y lo que diría la vecina La Plata,
castigada horas después por una tormenta y una tragedia aún peor- era
precisamente eso: que ni reina, ni de plata. Apenas una vieja sola, temblando de
frío y mostrando a quien quisiera verlo la fragilidad de sus huesos. Porque todo
eso que debía estar, no estuvo. Porque no hubo otro plan que el muy argentino
"sálvese quien pueda".
Esto tiene que ver, al menos en parte, con un fenómeno que el experto en
desarrollo territorial Fabio Quetglas, en declaraciones al sitio
www.plazademayo.com , caracterizó como "el crecimiento aluvional de las
ciudades". ¿Qué significa esto? "Que hay una muy baja tasa de gobierno sobre las
dinámicas urbanas y las ciudades no crecen hacia donde los poderes públicos
quieren sino hacia donde ellas mismas pueden." Según Quetglas, "la Argentina
tiene el 40% de su población viviendo en el 1% de su territorio. Evidentemente,
el país no ha tenido una estrategia territorial adecuada, no hay una política de
ordenamiento metropolitano".
Pero no fue sólo eso. Fue, sobre la base cierta de un desarrollo
descontrolado y antojadizo, todo lo otro que también falló. Porque cuando los
teléfonos de emergencia fueron respondidos las llamadas se estrellaron contra
una promesa de asistencia que nunca llegó. O llegó tarde. Porque cuando a las
calles las ganó la correntada y no menos de catorce de los cien barrios porteños
quedaron ciegos y escupiendo agua, algo se volvió más que evidente: que el
Estado (ese Dios enorme y sin cara al que se suele invocar en esta clase de
circunstancias) no pensaba presentarse a la cita. Que sus avatares (la policía,
los bomberos, la cuadrilla o tan siquiera el famoso "alguien que haga algo")
brillaron por su ausencia en esos primeros momentos de desconcierto. Y cuando
finalmente aparecieron, asombraron por su insignificancia. La vicejefa de
gobierno, primero, y el jefe de gobierno, después, recitaron la misma letanía:
600 agentes en la calle, 100 ambulancias, 5 grúas. Pero, ¿qué puede eso frente a
350.000 personas en apuros? ¿Qué puede eso cuando, además, aparece mal y tarde,
cuando ya el desastre estaba consumado?
Hubo más declaraciones que coordinación, más justificaciones que planes de
emergencia. Y todo llegó cuando ya había cortes, muertos y manzanas enteras
sumergidas por una masa líquida y gris dispuesta a devorárselo todo. Cuando ya
nada de lo que se dijera (que se invirtió como nunca antes, que se hicieron
obras, que la culpa fue de ellos y no nuestra) podría disimular lo obvio, que es
que aquí el futuro no llega a pasado mañana.
Así también lo entiende Fernando Straface, director ejecutivo del Centro para
la Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento
(Cippec), para quien "el horizonte de planeamiento y de acción de una parte de
la política argentina se acortó al próximo mes, a la semana que viene, a mañana.
La política se convierte en la administración de la imagen del día a día, y
-ocurrida la emergencia- la falta de coordinación mostró que la polarización de
la política argentina permanece. No hubo quien representara a un Estado que se
pone al hombro la tragedia", sostiene.
http://www.lanacion.com.ar/1569907-un-estado-siempre-ausente