La movilización del jueves. Expectativas previas, despliegue,
consecuencias inmediatas y posibles. Entusiasmo y demasías opositoras. Desafíos
para el Gobierno. Revival de Blumberg y “del campo”. Gestos de barbarie,
silencios penosos. Y algo sobre un futuro abierto.
Juan Carlos Blumberg en 2004, las patronales agropecuarias en
2008, ahora los neocaceroleros... para el kirchnerismo es un clásico que sus
adversarios irrumpan en la calle o en las rutas en el primer año de sus
mandatos. Hay recurrencias dignas de atención: siempre le toca en momentos de
auge, con la oposición política diezmada. Siempre sorprende y excita a las
tribunas de doctrina tanto como a los palcos VIP. Sin embargo, la historia no se
repite como un calco, entre otros motivos porque las circunstancias cambian y
los participantes tienen memoria. Nada garantiza que no cometan errores
similares a los del pasado (la condición humana es demasiado falible para eso),
pero la dialéctica de la historia jamás calca un escenario años después.
La movilización del jueves movilizó mucho menos “gente” que el falso
ingeniero cuando irrumpió, pero superó las expectativas de propios y extraños.
Mejoró la autoestima de la oposición, les infundió mística a los participantes,
sentó las bases para otra movida. Los que estuvieron el jueves están motivados
para repetir la jugada, hay condiciones para que amplíen su convocatoria. El
éxito relativo atrae, la idea de que la asistencia es un grupo focalizado y
estático peca de lineal.
El entusiasmo del abanico que cuestiona al Gobierno es mucho y desmedido. Un
aroma de “primavera árabe” impregna, demasiado pronto, el ambiente. Entre las
demasías que se dicen y escriben hay quien da por sentado que el Gobierno perdió
votos. Cero institucionalidad en esa mirada. Los votos se emiten y computan
cuando corresponde, no en encuestas (muchas, de consultoras que hicieron sapo un
año atrás) o en mediciones subjetivas de la sensación térmica.
Hay quien fantasea con una bisagra en la historia, para corroborarlo hay que
dejar discurrir los hechos. El conflicto de las retenciones móviles “bisagreó”
de modo complejo, paulatino, cambiante. Aparejó derrotas políticas del
oficialismo en el Congreso y en las elecciones de medio término. Pero, también y
con el andar del calendario, congregó adhesiones militantes y juveniles
impensadas al kirchnerismo. Y lo incitó a las mejores decisiones institucionales
del primer gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Cuando el
ex presidente Néstor Kirchner decía que “se había parido el gobierno de
Cristina” podía sonar descolgado o voluntarista. Así fue, sin embargo. Claro que
para eso, el oficialismo debió internalizar las derrotas parciales, repensar
errores, adoptar decisiones fundantes que no estaban en su menú.
Nada definitivo ocurrió ahora, el Gobierno conserva la legitimidad que le
confirió el pueblo y las bancas legislativas que le permiten concretarla. Su
contrato electoral está intacto, es poco serio suponer que reforme (o que
debería reformar) su rumbo general. Pero todo gobierno inteligente y atento a su
conservación debe atender a la calle, pulsar lo que pasa, entender que la foto
es una secuencia de una película cuyo argumento no está escrito. Y sobre todo
(como también les cabe a sus antagonistas) reparar en los que no participaron en
la movilización, que no son un bloque rígido, preconstituido, afincado en el 54
por ciento o en el 46 por ciento.
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Número y condición: El número de participantes de
la movilización es difícil de ponderar, entre otras causas por un logro que fue
su extensión territorial. Decenas de miles de personas, esparcidas en varios
distritos, seguramente. La Capital fue el epicentro, pero en muchas ciudades de
provincias “hubo más personas que hace mucho tiempo” según refieren dirigentes
del propio oficialismo, que conocen al dedillo sus respectivos territorios. Las
respuestas prudentes y respetuosas de gobernadores e intendentes K son
ilustrativas: algo pasó, es disfuncional negarlo o subestimarlo.
No hay comparación cuantitativa con las muchedumbres de 2004 o 2008, pero
desde esa última vez jamás los opositores redondearon actos de este porte.
Volvieron, entonces. ¿Quiénes volvieron? Para la Vulgata mediática la clase
alta directamente no existe. El exuberante parque automotor que se estacionó
cerca de Olivos o en torno de Callao y Santa Fe sugiere que esa mirada es
estrecha y desviada. Clases medias altas y altas, pues, conformaron el target
principal. Sin un liderazgo personal o corporativo como en los sucesos
anteriores ya referidos. Y con pliegos de peticiones mucho menos precisos. El
cronista, que es avaro en profecías, no sabe anticipar si eso lubricará u
obstaculizará el de- sarrollo posterior. La ambigüedad no siempre resta o
ahuyenta, al menos en el corto plazo.
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La previa, lo que hubo y una alarma: La jornada fue
democrática en sustancia, sin desbordes violentos dignos de mención. Las
puteadas forman parte del folklore. Pero hay una grave salvedad que debe hacerse
respecto del fasto y sobre todo de sus repercusiones. Hablamos del salvajismo de
algunas consignas y carteles, que claman por la muerte de la Presidenta,
transgrediendo la amplitud de la divergencia. Los que pidieron (entre otras
variantes) “andá con Néstor/la puta que te parió” atravesaron un límite político
y hasta uno de valores humanos. Es de lamentar que entre tantos glosadores que
sumaron La Nación y Clarín, varios con sobradas credenciales democráticas, no
haya habido uno que haya deplorado esa barbarie. Dos líneas hubieran bastado,
para despegarse del odio, rancio y gorila. De nuevo: es prematuro decir que ese
odio visceral sea el huevo de la serpiente. Curarse en salud es aconsejable:
demarcar límites, aun en medio de la algazara republicana. Lástima que nadie
tuvo un gestito, que los moderados callen ante los energúmenos, los apañen.
Lástima y algo de preocupación de cara al futuro.
Mala praxis política fue cuando gentes de mejores modales y mayores saberes
se convirtieron en claque del troglodita “Melli” De Angeli. Les fue fatal a la
larga, quién le dice ahuyentaron ciudadanos críticos, pero no dispuestos a la
diatriba o al salvajismo. Una parte de lo que se oyó y dejó ver el jueves fue
mucho peor.
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Variaciones: Cuando emergió Blumberg, el Gobierno
le reconoció legitimidad, negoció con él, le hizo concesiones (algunas
inaceptables a criterio de este cronista). La táctica fue no confrontar,
envolver al adversario, ganar terreno en otros espacios. En promedio, resultó:
Blumberg se desinfló, durante el mandato de Kirchner su fuerza creció sin
bajones, su potencial electoral fue in crescendo.
La protesta campestre se transformó en una bola de nieve, devenir facilitado
por errores del oficialismo que “juntó a todos” en la protesta, lució soberbio e
intransigente. Se pagó caro en las elecciones de medio término, se remontó
luego. El primer mandato de la presidenta Cristina fue, entonces, más
zigzagueante que el de Néstor y su remontada más inesperada y espectacular.
Ante un nuevo desafío, el Gobierno debe repensarse. Sus medidas fundantes
(Ley de Medios, YPF, Carta Orgánica del Banco Central, restricciones a la venta
de divisas, por mencionar algunas) tienen adversarios y damnificados. Están en
el inventario, son inevitables y, hasta un punto, deseables. Eso no equivale a
convalidar todo lo que se haya hecho en otros terrenos, ni el modo en que se
gestionaron esas medidas.
Viejos aliados devinieron adversarios, quizá sea inevitable. Pero en ese
ríspido terreno es pertinente mirar si en algún caso no se ha tirado al niño con
el agua. O se ha propagado el daño a terceros cuya amistad o relativa
neutralidad había que preservar.
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La re-re: En el estadio actual mantener candente el
debate de la re- relección presidencial conviene a muchos jugadores, aunque tal
vez le sea más funcional a la oposición.
Disponer de dos variantes (la reforma constitucional o “la Dilma de
Cristina”) le sirve a la Presidenta para frenar internas propias y sosegar
ambiciones en Palacio. También les sirve a militantes fieles para avivar el
fueguito, motivar a la tropa. Y a obsecuentes para desplegar sus artes en
Palacio.
Pero la ambivalencia propia del momento actual constriñe el obrar
oficialista. Amagar, insinuar, ese es el juego.
Para la oposición, la re-re es un infrecuente factor de unidad. Una bandera
que unifica como pocas. Le abre la perspectiva de “ganar perdiendo” los comicios
del año próximo. Así sería si tiene un desempeño mediocre, pero el oficialismo
no consigue los dos tercios en ambas Cámaras. El cuadro para el kirchnerismo es
bien arduo, porque aunque dispone de buenas chances para superar su pobre
cosecha de 2009 en Diputados, en el Senado “compite” contra el buen momento de
2007. Además se renueva sólo un tercio de la Cámara y hay al menos dos distritos
en los que lo más factible es que pierda bancas: en Capital, donde es minoría
pero ahora cuenta con dos senadores (Daniel Filmus y Samuel Cabanchik). Y en
Tierra del Fuego donde, a la hora de la hora, lo apoyan los tres senadores.
Así las cosas, la excitación de la re-re es un filón coyuntural para “la
opo”. Y un buen acicate para la bronca de los caceroleros que los medios
dominantes pueden regular a su guisa. He ahí un dato de etapa, difícil de
remover en cualquier sentido.
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Cuadro de situación: Los principales dirigentes de
oposición, aquellos que cuentan con votos propios, reaccionan cautos. Parte de
los reproches de los manifestantes recaen sobre ellos. Su reclamo replica el de
las corporaciones agropecuarias o mediáticas antaño: “únanse, gánenle”. Los
políticos saben que la unidad es tarea peliaguda, supone encolumnarse o dirimir
supremacías. No es sencillo en momentos de vacas flacas y flojos liderazgos.
Los medios dominantes tienen resuelto quién es el eje de la unidad: el jefe
de Gobierno Mauricio Macri. El gobernador José Manuel de la Sota hace de
muletto.
El archipiélago opositor, incluyendo los poderes fácticos, coquetea con un
equívoco remanido. Es creerse que un conjunto social acotado, circunscripto
social y políticamente, irreductiblemente anti-K es “la sociedad”.
En espejo, el oficialismo puede encandilarse con la idea de que la protesta
quedó encapsulada, que no puede propagarse. Sin embargo, las posibilidades
existen. Por ejemplo, la existencia de reclamos sobre inseguridad (demanda
policlasista y extendida) puede suscitar confluencias o acercamientos.
También sería un error engolosinarse con la confrontación. Retrucar a los
actos del adversario con movilizaciones propias –cree este escriba– es una
variante posible de ese desliz. Por lo que se conoce, no está en los propósitos
oficiales, de momento.
El terreno más propicio para el Gobierno es el que fija su primacía: la
gestión pública. La fijación de esa agenda, que domina. Esa es la clave para la
conservación de la mayoría que supo acumular, patrimonio que no es estático.
Funciona en permanente tensión, lo que fuerza la construcción cotidiana de
hegemonía, en la que son tan determinantes los millones de argentinos no
encuadrados como aquellos que han fijado sus preferencias, de un lado o de
otro.
La historia continuará, el juego no es de suma cero, la fuerza de cada
contrincante dependerá de su destreza tanto como de lo que el otro haga o deje
de hacer.
mwainfeld@pagina12.com.ar