sábado, 11 de agosto de 2012

HAGAMOS MEJORES HOMBRES Y MUJERES... HACIENDO MEJOR LA VIDA DE LOS NIÑOS!

Aseguran que la risa de los niños es "un remedio infalible"


Según especialistas, la risa de los niños es la mejor expresión de su alegría, tiene poderes terapéuticos, por eso es "un remedio infalible", y se manifiesta con particularidades según cada momento de la vida.
El reír nace en el marco de la relación madre e hijo de a poco, como sonrisa, y a medida que el niño crece se afianza hasta convertirse en risa franca, que dedica a su madre.
"La risa brota, se manifiesta espontáneamente. Un niño que ríe es un niño feliz, dijo a Télam Mónica Cruppi, miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), quien se preguntó: ¿Qué más puede querer un padre, una madre?".
No obstante, la investigadora en temas de pareja y familia, señaló que "esa manifestación de la alegría tiene un beneficio muy claro en la salud: el de ser un remedio infalible".
Cruppi explicó que los "payamédicos", profesionales de la salud que trabajan en hospitales y los grupos de profesionales que hacen de la risa un objeto más de su instrumental médico, son un ejemplo de la necesidad de la risa para enfrentar problemas de salud.
"Cuando uno ríe, todo el sistema se beneficia porque aumentan las endorfinas y se fortalece el sistema inmunológico", dijo la psicoanalista.
La risa, explicó la coautora del libro "Psicoodontología pediátrica. Técnicas para el tratamiento del miedo", nace de la primera satisfacción alimenticia que siente el bebé cuando empieza a mamar.
Desde el nacimiento, continuó, "se establece una forma de comunicación emocional entre la madre y su bebé. La primera sonrisa, la de satisfacción, la de bienestar, está siempre dedicada a la madre".
"La sonrisa se va inhibiendo a lo largo del desarrollo: un bebé sonríe muchas más veces al día que un niño, que se ríe más que un adolescente", dijo Cruppi al mencionar investigaciones recientes.
La sonrisa social en el bebé aparece alrededor de los 3 meses y es una respuesta a los estímulos amorosos que le proporciona su madre y que le produce satisfacción.
Así como la "mirada" es el primer "encuentro emocional" materno-filial, la "sonrisa" marca la segunda manifestación empática.
Vemos entonces que desde el inicio, primero la sonrisa y unos meses después la risa franca, son una clara expresión de bienestar frente a las personas que lo cuidan y con quienes se comunica emocionalmente.
Marta Dávila, psicoanalista de niños y adolescentes y coordinadora del Departamento de Psicología de Club Atlético Independiente, coincidió en que la risa "se manifiesta de distintas maneras en cada etapa de la vida" y señaló que el bebé sonríe más porque "está en la época de los primeros descubrimientos, todo le produce asombro, sorpresa y ello conlleva a la risa".
El niño, en cambio, "ya está en plena etapa de socialización, aparecen los juegos más pautados e inclusive los juegos reglados: ya el placer va entremezclándose con los límites, las órdenes y las obligaciones", precisó Dávila, docente de la UBA.
En tanto, "el adolescente, precisamente, como su palabra lo indica, adolece, sufre, por los duelos que tiene que ir realizando por su cuerpo de la infancia, por la confrontación generacional con sus padres y las separaciones escolares", explicó la especialista, también integrante de APA.
En esa etapa, añadió Dávila, "no hay tanto espacio ni tiempo para reírse; sin embargo, la sexualidad -por ser el aspecto de la vida adolescente y adulta más relacionada con el placer- suma un nuevo condimento que produce alegría y provoca risa en esta edad: son las palabras o bromas dichas en doble sentido".
"La broma picaresca de los chistes verdes se acerca en la fantasía al acto sexual, y la risa surge anticipándonos el placer imaginario", afirmó la psicóloga.
No es extraño que un adolescente ría poco, pero en la infancia, si el niño no ríe habrá que ver si "existe algún conflicto interno o situación traumática real que provoque esa falta de risa".
La especialista sugirió que en estos casos, los padres deberían observar al niño y tratar de comprender qué puede estar pasando.
Si esa observación no alcanza, habría que consultar primero al pediatra y luego al psicólogo o psicoanalista especialista en niños.

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