Andando por las calles pueden apreciarse en los rostros de la gente ciertos aspectos oscuros, dolorosos y también ocultos de la realidad de nuestra Patria. El hombre (varón y mujer) argentino deambula solo, serio, como agobiado, en un contexto de incertidumbre, incredulidad y asombro que parece querer ocuparlo todo. Acontece esto, además, en medio de los “ruidos” y las “luces” de los anuncios del INDEC., del superávit fiscal, de las protestas con destino frustrante e innumerables otros “brillos y ruidos” de la farándula político-televisiva-futbolera, que apenas resbalan por la superficie de los argentinos.
Como tragada por la tierra “esta” Argentina no se ve; se vive en soledad, y un esfuerzo de la consciencia parece necesario para que los demás la registren.
No obstante estas condiciones, existieron y existen, individuos, grupos, pequeñas comunidades, que se comportan de otra forma. Como si Dios dejara ciertos Faros que, en tiempos difíciles, permiten que la Argentina persevere en su Fe y en su cultura; mojones que constituyen el “resto” que necesita el Padre para salvar a los pueblos.
Un ejemplo de esto fue Pedro Palacios. Conocido como ALMAFUERTE nació el 13 de mayo de 1854 y vivió en una época como la nuestra, donde el “Modelo Argentino” careció de expresión visible; y falleció en 1917 sin poder gozar el período que se iniciaba en el cual la Patria recuperó por un tiempo la conducción de sí misma. Nació en San Justo, provincia de Buenos Aires, en el seno de una familia muy humilde. Todavía niño, pierde a su madre, pero es profundo su recuerdo y su amor por ella: «Me enseñó de la vida nada más que su lado bello. Me familiarizó, levantándome hasta ellos, con los grandes hombres y los grandes capítulos de la historia. Me inspiró amor a la patria, a la religión, a la gloria, a la libertad, a la perfección absoluta…. De la Virgen María me sugirió conceptos que después no he recogido de ninguna boca; que su divinización constituye la divinización de la mujer, que adorarla a ella es adorar a la propia madre, dignificar a su hermana y a su novia, liberarlas del gineceo para sentarlas en el trono.»
Su padre lo abandonó y, cuidado por parientes cursó apenas la escuela primaria. Con este capital ejerció como maestro en escuelas de la Capital y luego en el interior, en Mercedes, Salto y Chacabuco. En esta ciudad, a los 16 años dirige una escuela de la que tiempo después es destituido por no poseer un título habilitante para la enseñanza, pero muchos afirman que en realidad fue por sus poemas altamente críticos para con el gobierno. En los pueblos donde ejerció la docencia, también alcanzó notoriedad como periodista polémico y apasionado, poco complaciente con los caudillos locales.
Todo sin “chapa”, y siguió así, sólo montado en la fortaleza de su alma.
Rubén Darío dirá: «que se juzga como lleno de don profético. Clama siempre; clama contra los vicios sociales, contras las injusticias, contra las abominaciones, y no teme emplear la áspera verdad de expresión de aquellos que clamaban contra Jerusalén y Babilonia…. Téngole por una voz que clama; es el imprecador; es en la tierra que ha nacido la eterna figura del vociferador que llega a turbar las fiestas de los dichosos. … (Dicen) que no ocupa un puesto digno de su talento porque sufre la anquilosía moral que le impide inclinar el espinazo delante de nadie, que se ha aislado enemigo de las hipocresías ciudadanas; que se ha dedicado al cultivo intelectual de los niños… que su carácter es bravío y acerado; que adora sus ideales con un hondo fervor; que ama a los pobres y a los pequeños y que tiene la fe de su fuerza y el orgullo viril de su talento. No hay duda: ¡loco de remate! »
Para Manuel Gálvez fue: « un bohemio incorregible, de carácter explosivo, casi intolerante, nunca se esforzó por disimular los arranques de su mal genio. …Odiaba a los "literatos"... era de una ignorancia asombrosa... No podía ser considerado de ninguna manera como un hombre de letras. Esto no quiere decir que no trabajase sus versos. Al contrario, vivía dedicado a ellos, corrigiéndolos, perfeccionándolos. No escribía con claridad ni sencillez. Exaltaba a las clases humildes, a las que llamaba "la chusma de mis amores", oprimidas y despreciadas por los poderosos, pero a las que consideraba una raza futura de superhombres.»
Esta chusma es su Patria con la que se siente en deuda y así lo confiesa al leer su poema “La sombra de la Patria” en el Teatro Odeón: «Siento, sospecho, tengo el pálpito molesto, mortificante, que no hemos cumplido enteramente, punto por punto, el testamento histórico de nuestros antepasados históricos, los Padres de la Revolución, los héroes de la Independencia, los sabios fundadores de nuestra nacionalidad… Ese amargor, esa desazón, ese silbar de los oídos que me han venido mortificando desde la primera ya lejana juventud, han sido los verdaderos, los reales originadores de “La Sombra de la Patria”»
«La caída más honda es la caída // que nos pone a merced de la canalla
De lo ruin, de lo innoble, de lo fofo // que flota sobre el mar como resaca
Como félido gas en el vacío // cual chusma vil sobre la especie humana.»
«Yo la siento gemir y sus gemidos, // resonante, recóndita cascada
En mi cerebro entumecido se hunden // y allí en mitad de las tinieblas cantan
Con el santo fervor de los que piensan // ablandar a su Dios con sus plegarias…»
La Patria es el pueblo caído, visto por Almafuerte hasta en sus últimas miserias. Miserias también propias que no le impidieron vislumbrar la Esperanza. En una milonga a “su” gente, le cantará:
«Voy a cantarte a ti // ¡Oh mi chusmaje querido!
Porque lo vil y caído // me llena de amor a mí…
… Que a los pies de la Argentina // volcarán tantos laureles
Como hay bosques y vergeles // en la América Latina.»
Seguramente esta Esperanza lo llevó a adoptar cinco chicos en la estrechez de sus recursos materiales. Tal vez por ello se constituyó en un poeta popular, guía de muchos jóvenes de su tiempo renuentes a aceptar a la injusticia en su Patria. Hacia 1906-1910 su situación económica empeoró gravemente y debió habitar en un rancho de los arrabales de Tolosa. En 1913, a instancias de algunos amigos, accedió a leer y comentar sus poemas en el teatro Odeón de Buenos Aires. El éxito estimuló al poeta y a sus empresarios a continuar las presentaciones, pero a él no lo conformó del todo, y comentó: "Me han domesticado".
Sin embargo no lo parecía cuando recitó “El Misionero”, en el mismo teatro. Poema donde el drama del apóstol se funde con el de sí mismo:
« Y siguió con apóstrofes más duros // Y hablando a todos, pues hablaba solo: “
“Más fría que los témpanos del polo // Tiene que ser el alma de los puros….
… Virtud es solidez, feroz arraigo // Que ninguna potencia desarraiga
Y el puro ha de decir: caiga quien caiga // Yo me quedo en mi torre… ¡y no me caigo!»
El Faro no puede caerse, y debe gritar desde su soledad para ser escuchado.
Sabe de alguna manera, que no se trata de alcanzar ninguna cantidad de oyentes; que sólo se trata de iluminar, pues esa es su misión.
Es necesario, en esta noche que viven la Argentina y el mundo, buscar los Faros que Dios nos ha dejado para superar la hora, y también convertirse en ellos; pues el Padre llama a todos sus hijos siempre.
Es cuestión de decidir hacerse cargo, “pensarse bravo” y recoger la luz para ponerse a caminar cumpliendo la misión que a cada uno le ha sido encomendada aquí en la Tierra.
Palacios, el del Alma-fuerte, nos reiteraría también hoy a los argentinos:
No te des por vencido, ni aun vencido,...
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