martes, 24 de febrero de 2015

Educación o delincuencia

Hablando de los jóvenes, decíamos en otra ocasión, que muchos no tienen oportunidades de mejorar y que había que ayudarlos a integrarse generándoles  opciones posibles.
Cierto es que hay muchos jóvenes drogadictos y delincuentes, pero también es cierto que devienen en ese estado de polución por resentimiento y exclusión social.
Aquel que no tuvo posibilidades de estudio o de trabajo, cría hijos sin responsabilidad, con enojo, con dolor, con quejas permanentes y seguramente desesperanzado caerá en la abulia primero, después en la adicción alcohólica y luego quién sabe en qué otras situaciones más graves aún.
Los hijos desprotegidos, hambrientos, descuidados, a veces maltratados por la frustración paterna, serán como yuyos, que viven sin tutela, ni mensajes, ni cuidados, sin vivencia de familia, sin cultura de trabajo, sin escolaridad…. Y así  ¿en qué terminarán?
Seguramente terminarán acumulando odio y resentimiento por el que come y mucho más por el que “tiene” algo.
Finalmente podrían llegar a ser explotados por algún perverso vividor que les facilitará drogas, los prostituirá o los mandará a robar, y en esa cadena asfixiante irán creciendo en maldad y depravación.
Quien vive en situaciones de dejadez, de anomia, de miseria, de necesidad, de carencias absolutas, seguramente que no albergará, ni siquiera conocerá, lo que es la consideración, la lástima y el perdón.
¿Cómo esperar clemencia, o respeto por la vida, de quien desconoce el valor de la misma? Si su propia vida no tiene sentido, no vale nada, porque no tiene nada, ni espera nada. 
Todo les es igual, da lo mismo vivir que morir, si viven muriendo, desesperando, descreyendo, olvidados, ignorados y despreciados.
Tendríamos que revertir esta desoladora situación, pero hasta que nuestros dirigentes no entiendan la gravedad y urgencia de encarar estos problemas, y hasta que no se implementen ideas y proyectos creativos y efectivos, no modificaremos estructuralmente nada.
Desgraciadamente no se acompaña la asistencia económica y social (cuando les llega) con  contraprestación obligatoria, que exija ir disciplinando poco a poco la vida de los beneficiarios, enseñándoles a conseguir con esfuerzo y dedicación cada cosa que necesitan,  para  así  valorar la vida que tienen. Aquí vale el refrán  “lo que cuesta vale”.
Porque de acuerdo al valor que  vayamos imprimiendo a sus vidas, podrán ir valorándose a sí mismos.  Primero hay que valorarlos a ellos, para que empiecen a sentir que son personas y se mezquinen y se quieran, porque sólo cuando aprendan a quererse, sabrán querer y valorar a los demás.
¡Empecemos ya!  Los que esperan son personas con la misma dignidad, devenida de  Dios, que nosotros y con iguales posibilidades de mejora y crecimiento, si nos ocupamos de brindarles educación en serio, no sólo escolarización, porque no es lo mismo estar depositados en la escuela que ser exigidos a cumplimentar con un programa mínimo de aprendizaje que los vaya capacitando para cumplir un rol en la vida laboral y social de la comunidad.
No tratemos a los pobres como discapacitados mentales o físicos, pueden superarse y deben hacerlo, es indispensable que lo hagan,  para bien de ellos mismos y de la sociedad a la que pertenecen.

Aquel que no tuvo posibilidades de estudio o de trabajo, cría hijos sin responsabilidad, con enojo, con dolor, con quejas.
Desgraciadamente no se acompaña la asistencia económica y social (cuando les llega) con  contraprestación obligatoria.

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