sábado, 19 de enero de 2013

CADA VEZ MAS DELINCUENTES JOVENES... QUE HACER?...


Delincuencia juvenil...
Chicos que matan!!!


El hambre, la criminalidad y el narcotráfico construyen una espiral de violencia e inseguridad. Los menores salen a delinquir para escapar de la desesperación de una vida sin futuro. Sin embargo, el problema se debería buscar en la droga y la ausencia del Estado.

La víctima iba caminando con su hermano, cuando un joven quiso asaltarlos. Una vez que le entregaron el dinero, el ladrón le disparó. Según las fuentes judiciales, las víctimas no se resistieron y entregaron una suma de dinero que tenían guardada en el bolsillo, pero sin mediar palabra, uno de los agresores apuntó y disparó.
(Clarín, 22 de noviembre 2009).
Noticias como está ya son parte de la vida cotidiana: la criminalidad crece continuamente y los delincuentes son cada vez más jóvenes y más violentos. Pero ¿qué necesidad tienen los menores de matar a sus víctimas?
Para poder entender y comprender la dramática situación del círculo delictivo, hay que “dejar al lado los prejuicios y acercarse a la gente que sufre la exclusión social”, explica Mónica González Bigetti, socióloga y directora ejecutiva del Equipo Juan de la Cruz, una ONG que propende por la creación de comunidades sustentables libres de violencia. “Para entender por qué los chicos se convierten en asesinos, hay que ponerse en los zapatos de ellos”, dice Bigetti y agrega: “Y, algunos, ni siquiera tienen zapatos”.
En la Villa 21-24, se puede observar dos realidades: por un lado hay miles de mujeres y hombres que trabajan honradamente para llevar el pan de cada día a su mesa, padres que cuidan y aman a sus hijos y que los mandan a la escuela. Por otro lado, se ve la contracara, el lado oscuro: chicos drogadictos de 12, 13 ó 14 años tirados en el piso, incapaces de moverse y rodeados por bandas de narcotraficantes. Los “dealers”, apoyados en las paredes de las casas, divirtiéndose y riendo, pero también tirando miradas agresivas a aquellos que se animan a entrar en su territorio. En estas zonas de alta vulnerabilidad social la pregunta principal es ¿dónde está el Estado?.
Mucha gente coincide que el Estado siempre ha estado ausente. Hasta los más chicos lo saben: “Para el Estado no existimos. A nosotros no nos ven, salvo cuando hay que votar”, dice una chica de 14 años de la Villa 21. Otra vecina vive en la Villa desde hace 23 años y se queja: “Las autoridades supuestamente nos tendrían que proteger, pero si la policía participa en los asaltos y vive de las coimas, ¿qué puedo hacer yo, a quién puedo pedir ayuda? Ahora venden la droga frente de mi casa y no puedo hacer nada, si les digo algo, matan a mi o a uno de mis hijos! Acá una vida no vale nada, todos tenemos miedo. Hay fines de semana en los que matan a seis o siete personas. Se asesinan entre ellos o a la gente que anda hablando. Siempre es por la droga”.
Muchas veces el periodismo amarillo parece sugerir que las villas son las causantes de la mayoría de los problemas de Buenos Aires. Pero “el problema no es la villa, sino el narcotráfico. La mayoría de los que se enriquecen con la venta de drogas, no vive en las villas, en estos barrios, donde se corta la luz, donde una ambulancia tarda en entrar, donde es común ver cloacas rebalsadas”, asegura Facundo Berretta, uno dentro de los 19 sacerdotes que viven en las villas y realizan un trabajo que el Estado no quiere hacer. “Por otra parte, profundamente ligado al tema de la droga se da el fenómeno de la delincuencia y los hechos de muerte violenta. Existe otro gran tráfico en nuestra sociedad que es el tráfico de armas y lo vemos afuera del control. Hay que preguntarse también, ¿quién es el que pone el arma en manos de los menores?”, indica el cura.
La Villa 21 es “tierra de nadie”. Habitualmente ni la fuerza pública, ni ningún organismo que represente al Estado se mete en la vida de esos chicos abandonados y con veneno en sus manos. Según los trabajadores sociales y los profesores de la Villa, la violencia familiar, los abusos, padres que no se ocupan de sus hijos y la falta de instituciones educativas son las causas de la frustración y la agresividad en los chicos. “Se sienten aislados y tristes y no ven un sentido en la vida. El aburrimiento y el no tener qué hacer van minando la pasión por la vida y, donde no hay pasión, aparece la adicción”, desarrolla el sacerdote de la Caacupé de Barracas.
La droga es la única manera de escaparse de esta triste realidad. Pero ¿la adicción puede justificar los robos y asaltos violentos? Para el abogado y licenciado en ciencias de la seguridad, Luis Vicat, “el 80 por ciento de los delitos violentos tiene una relación directa o indirecta con la droga. El delincuente vea a su victima como una cosa, un objeto. No la ve como un igual, no vive en la villa con él. Por ejemplo: un hombre va con su novia en una camioneta 4x4, lo asaltan y se lo roban. Pero luego lo golpean o lo matan. ¿Por qué lo hacen? Porque tiene una novia muy bonita, tiene una camioneta grande y tiene todo lo que ellos no van a tener nunca. Esa frustración de no ser, esa angustia existencial la canalizan a través de la agresión golpeando o matando. En esos cinco minutos el delincuente es el Señor de la vida o la muerte”, dice Vicat y agrega: “El menor que nació inhalando droga como poxipol, pegamiento y ahora está con el paco, sabe que su vida no vale nada. No le interesa su vida y,por lo tanto, menos le va a interesar la de los demás”.
El paco- la pasta base de cocaína- es entonces una de las raíces de la delincuencia y cierra el círculo que produce la inseguridad. Milagros, una ex adicta al paco, explica cómo la droga afectó su vida: “En el centro te venden el paco por cinco pesos, pero acá, en la villa lo comprás por un peso. Lo único que pensás es cómo conseguirlo. Yo me prostituía. Todas las mujeres lo hacen, es la manera más fácil. También salen a robar, a lastimar a la gente. No te importa nada. El paco te come el cerebro y terminás perdiendo todo”.
¿Cuál sería la solución para disminuir el consumo de droga y bajar la tasa de crímenes? Los expertos están de acuerdo en que la cuestión no pasa por bajar la edad de imputabilidad. A pesar de que no hay suficientes instituciones o cárceles juveniles, el encierro no soluciona un problema social a largo plazo. Las palabras claves son prevención, recuperación y reinserción. Hay que acercarse a los chicos, escucharlos y darles un horizonte hacia cual caminar. Establecer ámbitos sanos y escuelas no sólo para educar a los jóvenes, sino también para convencerlos de que la vida merece ser vivida. 

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