Como resultado de
mis opiniones y nota
publicadas por la NOVA en los
últimos tiempos he recibido un reproche
que considero valedero, sin tener en cuenta los comentarios ”anónimos” que,
mostrando la misma confusión que esos “anónimos” tienen para conducir las
instituciones, me tildan de mujeriego y de homosexual al mismo tiempo, o de
ladrón multimillonario o pobre croto siempre usuario del mismo traje
verde.
Sin embargo, decía,
otros que son coincidentes con la descripción del desastre actual de las
instituciones de seguridad que hice en las publicaciones, me reprochan no haber
dado la suficiente importancia a la terrible situación laboral que hoy más que
nunca afecta a los trabajadores del sistema
carcelario.
Nunca fue este un
trabajo fácil, partiendo de la base de que se debe tratar con personas detenidas
a su pesar y que, por supuesto, no se hallan a gusto donde
están.
A los males que
vienen desde hace muchos años, que se pueden citar sólo a manera de ejemplo, los
bajos sueldos, largas jornadas laborales ordinarias que encima siempre se extienden, falta de
rotación en las tareas, malos hábitat de trabajo, hoy se incorpora como un
ingrediente explosivo el maltrato de los jefes que me describen como
generalizado, a partir de un rigorismo seudo castrense en busca de disciplina por parte de las
autoridades actuales, que lejos están de predicar con el
ejemplo.
Siempre sostuve, a
partir fundamentalmente de mi experiencia de vida, pero también de mis años en
las cárceles, que el buen y el maltrato en las relaciones humanas son
contagiosos y puede ser que por allí encontremos la explicación de por qué, en
las últimas revueltas ocurridas, los detenidos reclamen como nunca antes mejor
trato por parte de los guardias.
A los siempre mal
pagos empleados se les exige que cada jornada entren por unas 27 horas
(promedio) a trabajar dentro de una olla a presión, solos, sin medios, sin apoyo
y, como si fuera poco, maltratados física y psíquicamente, debiéndose además abstraer, por su
propia seguridad, de la otra realidad de
submundo que se ha implantado en los penales al amparo de los inescrupulosos de
siempre.
Hoy los empleados y
los detenidos del sistema penitenciario tienen en común mucho más de lo que
piensan. En su forzada convivencia, deben representar y llevar adelante los
códigos de violencia que les vienen de muy arriba, o es acaso casualidad que en
los últimos años, a partir del advenimiento del ministro Ricardo Casal, los rubros gatillo
fácil, apremios ilegales, maltrato físico, armado de causas, etc., hayan
aumentado de la forma que lo hicieron
Decía Juan Domingo Perón repitiendo una frase
ya existente que “la única verdad es la realidad”. Por muchos años esa frase me
había parecido un perogrullo, hasta que aprendí que era más que eso, era un
grito desesperado contra los intereses mezquinos, las visiones sesgadas y las
mentiras procaces....
No hay comentarios:
Publicar un comentario