miércoles, 16 de mayo de 2012

será?... el PUERCOESPÌN INFORMA....


Conurbano: las hijas del subcomisario

por María Florencia Alcaraz


Ana, Marina y Belén son las hijas del subcomisario. Viven en esas casitas que no coinciden con el barrio que las rodea. La suya es un chalecito venido a menos pero para los vecinos es un caserón, entre tanto chaperío y vivienda atada con alambre en el barrio Spiro, de Gregorio de Laferrere, Partido deLa Matanza.
En la escuela eran las hijas del subcomisario, en el barrio son las hijas del subcomisario. En la casa, las hijas del subcomisario son cuatro: Ana, Marina, Belén y Mabel. Catorce, dieciséis, dieciocho y treinta ocho, respectivamente. En la casa también hay un hijo: se llama Ignacio y desde los siete la reta a su hermana Belén si no pone la mesa, si no lava la ropa, si no ordena, si no limpia la casa. Ignacio las reta y ellas lloran, tengan catorce o treinta ocho años. Ignacio aprende rápido cómo ser el hombre de la casa. Es el segundo padre, con amplia presencia femenina pero con dos hombres que lo dominan todo, estén presentes o no.
Belén es la más chica de las hijas del subcomisario. Cuando habla tartamudea, cuando sueña también. No puede pensarse más allá de mañana. Dejó el colegio y está todo el día en esa casa escuchando cómo sus tres hermanas dicen que “no le da”  y comiéndose cada tanto algún bife de cualquier miembro de la familia. Belén, para el barrio, es la hija boba del subcomisario.
Marina es la del medio y ya se escapó tres veces de su casa con su novio la primera, sola la segunda y con su novio la última. Una noche la pasó en la calle con tal de no volver. Su chico es un aspirante a policía que le pega. Pero entre tantos golpes Marina camufla los moretones y dice que todos fueron propiciados por su papá. Marina tampoco va a la escuela y su objetivo es entrar a trabajar al Porteño, una casa de comidas rápidas en Ruta 3. Marina quiere juntar plata e irse. Marina, para el barrio,  es la hija bardo del subcomisario.
Ana es una incógnita. En verdad  es que no es hija biológica del subcomisario. Cuando Mabel y él se conocieron, Mabel estaba embarazada de otro. El subcomisario reconoció a Ana como hija y le dio su apellido. Para Ana es su papá, para sus hermanas no. Ana, para el barrio, es la hija linda del subcomisario.
Ignacio va a una escuela técnica y es lo que se dice un bocho. Es un nene que va a ocupar el lugar del padre de ahora en más. Nachito es, para el barrio, el hijo prodigio del subcomisario.
Mabelita es la madre-hija de esta casa. Regentea una remisería en la que pone a trabajar a sus hijas cada tanto, pensando que en ese ambiente van a aprender más que en la escuela. Mabelita ayuda a todos en el barrio: a la amiga travesti que se inyectó aceite en la cara y se deformó, al amigo borracho que acompaña a Alcohólicos Anónimos, a la amiga prostituta a la que le cuida los hijos gratis tres veces por semana. Mabelita mira siempre de la puerta para afuera. Tanto que no sabe que Belén ya no va más al colegio, que Marina perdió un embarazo, que a Ana le encanta bailar folklore y que a Ignacio no le gusta el helado de ningún gusto.  Sin embargo, Mabelita tiene muy claro que al subcomisario no le gusta la comida fría, que siempre tiene que haber fiambre en la heladera y el traje limpio en una percha.
Ahora el traje del subcomisario está en una silla, las llaves de su auto en la mesa, una campera suya en el perchero. Su sangre desparramada en una pared y el subcomisario en un cajón.
Entro a la casa y Belén me señala una esquina en el piso. Tartamudea:
-Eso que que que está ahí son se-se-sos de papá. Todavía no limpiamos bien. Ignacio dice que-que-que tengo que limpiar yo. No quiero que me molesten más. Si me siguen jodiendo me voy con mi papá.
Ayer a la tarde, el subcomisario llegó y la casa era lo mismo de siempre: sus hijas no estaban haciendo nada, Ignacio daba vueltas con un autito mecánico que él mismo había armado, la tele prendida y Mabel reclamándole plata para pedir comida porque no había cocinado.
La discusión empezó por la plata, siguió con el reclamo diario de que “ustedes no hacen nada,  el único que labura soy yo”. Era una escena repetida. Seguía con él amenazando matarlas a todas, unos golpes y todos a dormir sin comer. Pero esta vez el guión planteó una vuelta de tuerca.
-¿Qué quieren? ¿Qué me mate?
-Matate, nos harías un favor-soltó Belén, clarito y sin tartamudear.
Y el subcomisario agarró el arma que tenía en la cintura y dejó estampados los sesos y la sangre en esa pared que hasta ese momento solo tenía manchas de humedad. Antes le pidió perdón al hijo que lo miraba como entendiendo el sacrificio. Tal vez Ignacio asintió con la cabeza. Y de repente un decoupage de sangre y humedad que todavía nadie limpió.
Mabel pegó un grito. Una atrás de la otra, las hijas del subcomisario corrieron hacia el cuerpo del hombre en el piso. Ignacio las miraba.
El subcomisario siempre amenazaba que las iba a matar a sus hijas por vagas, por inútiles, por putas, por sucias, por muchos motivos. Y así fue que las mató, en vida, las dejó marcadas para siempre con esa muerte que hoy se hace carne en esa casa. El subcomisario llena ausencias. La muerte se hizo cotidiana en esta familia. Las hijas del subcomisario aprendieron que cuando hay problemas, uno puede gritar y golpearse, puede gritar más fuerte y golpearse más fuerte, pero la mejor forma de solucionarlos es agarrar un arma y pegarse un tiro.
Aquí, publicación original de este artículo.
María Florencia Alcaraz define como una corresponsal del conurbano. Se crió en Ramos Mejía, “la ciudad más medio pelo y tilinga de La Matanza”. Pero por elección y convicción transitó las localidades del distrito de distintas maneras: filmando, dando clases en escuelas, institutos de menores, talleres con jóvenes o en bachilleratos populares, también como periodista.

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