miércoles, 25 de abril de 2012

La Provincia tiene un sistema carcelario violento, cerrado y con oscuros códigos de convivencia




Al responder a los cuestionamientos del periodista del diario La Nación que generosamente se limita a señalar el crecimiento de los homicidios en las cárceles bonaerenses durante el 2011 respecto al año anterior, el subsecretario de Política Criminal del Ministerio de Justicia y Seguridad de la ProvinciaCesar Albarracín, refiere genéricamente: “Estamos transformando un sistema que viene de una crisis profunda”.
La nota que el matutino titula “Crecen los homicidios en las cárceles” omite señalar que este crecimiento del año 2011 respecto del año 2010 -que estima en un 18,5 por ciento- es aún  inferior al crecimiento de los homicidios intramuros verificados en el año 2010 respecto al 2009, que supera el 20 por ciento.
Este dato no resulta irrelevante por cuanto si uno se detiene a observar la foto, puede constatar que tras varios años de disminución constante y prácticamente ininterrumpida de los asesinatos en las prisiones de Buenos Aires, se termina la tendencia a partir del avenimiento del subsecretario entrevistado en sus funciones.
Esto no fue obra de la casualidad o mala suerte del funcionario en cuestión, sino que responde como una consecuencia ineludible de sus acciones y las de su jefe directo, el ministro de Justicia y Seguridad, Ricardo Casal, que ha tenido idénticos logros a los de Albarracín, pero a mayor escala, con la Policía Bonaerense.
Acabada la resistencia a las “transformaciones profundas” impulsadas por el ministro y el subsecretario en noviembre del 2009, y a partir de jefes civiles que, por acción u omisión, sostuvieron el proceso de debacle institucional, el Servicio Penitenciario Bonaerense volvió a su autogestión ilimitada y llevada adelante por un grupo minoritario de personajes que están mucho más cerca del modelo de derechos humanos del genocida Videla que al que para las cárceles proponen las Naciones Unidas.
Se vio como un logro fundamental de la nueva gestión haber desarticulado los avances hechos en la formación de los futuros agentes penitenciarios en materia de desmilitarización y promoción de normas de trato humanitario que fueron  mostradas como una debilidad del sistema “zurdito”, para volver al viejo ABC penitenciario que, a partir de la estigmatización del preso como un enemigo, ve en la preparación militar la forma de derrotarlo definitivamente...

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