martes, 26 de octubre de 2010


-El imperio de la inseguridad
Por Ernesto Bobek Cáceres

Analizando las causas que afectan la calidad de vida de los argentinos encontramos una cantidad de factores, entre ellos la educación y la salud pública. Pero si reducimos a mínima expresión esos motivos, -atendiendo a los principales reclamos de los ciudadanos de todos los estratos sociales-, encontramos un elemento común: La inseguridad.

Es un tema que el gobierno recurrentemente elude. Tabú: De eso no se habla. Ni la presidente ni sus ministros abordan el tema siquiera tangencialmente. Desde la “sensación” hasta las estadísticas fraguadas han logrado que la gente viva aterrorizada y escandalizada por hurtos y robos con violencia inusitada, y secuestros seguidos de alevosos homicidios, entre otras desgracias.

Ha llegado un punto en que la sociedad ya no cree en las estadísticas oficiales. Todos fuimos víctimas de algún hecho violento o tenemos parientes muy cercanos o amigos íntimos que los han padecido. Desde golpizas y homicidios a personas ancianas para sacarles una magra jubilación, hasta el corte de dedos de colectiveros que solo pueden tener encima efectivo para un refresco o una minuta; secuestros extorsivos, secuestros virtuales y de mascotas; ya nadie puede racionalmente dar crédito a los dichos de un ministro de seguridad que propala que los índices de criminalidad están en descenso. Al hacerlo queda en ridículo y deja al gobierno expuesto a crecientes y justificadas críticas por su irresponsable indiferencia.

No podemos eludir mencionar que la inseguridad jurídica provocada desde el Poder Ejecutivo con su política de confrontación, espanta inversiones y por tanto el crecimiento de la economía. Esta circunstancia también afecta la seguridad, pero excede el marco del presente análisis.

El delito no se combate con discursos sino con hechos. La inacción denota incapacidad, incurriendo el gobierno en la sistemática violación de elementales preceptos constitucionales como garantizar la seguridad. Seguridad ambulatoria para poder movilizarnos a nuestros trabajos, a nuestro lugar de estudio o a lugares de esparcimiento. Nos han obligado a modificar nuestros hábitos, desde los horarios de trabajo y traslados, hasta los de salidas durante el día o la noche. En ese aspecto -y como siempre- los más castigados son los ciudadanos de menores recursos, quienes viven más alejados de los grandes centros urbanos...


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