domingo, 1 de agosto de 2010

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Zarpazos a la infancia

Por Claudia Rafael.
“Busco que la juventud tenga una contención y que les enseñen el respeto a la patria, a la bandera, a la familia. Respeto al plato de comida”, dijo desde su principado sojero allá en el norte, donde la brecha entre la obscenidad de la riqueza más escandalosa y la nada eterna sobre la mesa se hace dolorosa herida cotidiana. Y trascendió las fronteras de su patria chica para llevar el proyecto a ley nacional que rija las vidas argentinas.

Hubo un tiempo en que la infancia era un territorio hermoso y protegido. Digno de ser vivido. En donde la vida entera era un juego cotidiano. En que la muerte era un universo inasible porque no formaba parte de las premisas de aquella otra felicidad. La muerte era la de los otros. La de los viejos. La de quienes ya habían transitado todos los caminos.

Hubo un tiempo que hoy forma parte de algún territorio perdido de la memoria. Que hay que rescatar con las nostalgias de aquel viejo arcón en donde la miseria no cabe y la violencia es apenas una palabra.

Hoy es un territorio al que demasiados temen. Lo miran de reojo, como espiando desde la ventanuca de su propia fortaleza y le preparan el zarpazo. Listo para dañar o destruir.

Una encuesta nacional dice que el 80 por ciento de la población mira con aceptación el regreso del servicio militar obligatorio, aquel que cayó a los abismos tras la muerte cruel del soldadito Omar Carrasco. Y que el 78 por ciento observa con beneplácito el servicio voluntario para chicos desde 14 años. El diputado nacional del radicalismo Rubén Lanceta fue muy claro cuando dijo que era la salida para esos “400.000 adolescentes que hay que sacar de la calle porque están en riesgo”. Y que por eso estaba dispuesto a apoyar el proyecto del salteño sojero.

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