domingo, 4 de abril de 2010

INSEGURIDAD Y EL DINERO QUE NO SE VE Y LOS PLANES QUE NO SE CONCRETAN!

Asesinos decentes en la guerra de la inseguridad
Tengo un amigo que guarda en su casa una suma importante de dinero. Lo hace con el fin de entregárselo a los ladrones si lo llegan a asaltar. Teme que si no encontraran una cantidad valiosa se encarnicen con su familia.

Tengo otro amigo que compró armas y practica tiro regularmente. No lo hace porque le interese la caza, sino para defenderse en caso de que intenten saquearlo. Cuando le reprocho lo que juzgo una inconsciencia, me contesta que si llegan a entran a su departamento, dado su carácter, va a reaccionar. Y la tiene clara: lo suyo es matar o morir.

Tengo amigos y conocidos que eligen con cuidado el taxi que van a tomar -como los taxistas seleccionan a sus pasajeros y los de Capital no suelen animarse a ir a Provincia-, el colectivo o el tren que van a abordar, los últimos poniendo especial atención en los horarios y los recorridos.

Tengo conocimiento de que miles y miles de coches toman la riesgosa precaución de no detenerse ante los semáforos en rojo de noche en el Conurbano.

Conozco a una gran cantidad de personas que no llevan tarjetas de débito encima por miedo a ser secuestradas. Y por supuesto, la inmensa mayoría mira a los costados cuando va a entrar a su casa o al garaje.

Vivo en una sociedad en la que cuando un pobre desdichado se acerca a un auto a pedir una moneda, el conductor lo mira como a un potencial enemigo. Y mortal.

Sé de una sola persona que no toma recaudos y está libre de miedos: es una monja que vive entregada a la providencia que cree le destina su dios. Eso no la ha salvado de ser víctima de delitos, sólo que ella, tan despreocupada de sí misma, le quita toda importancia.

El resto, vivimos cuidándonos y casi todos tenemos una o varias historias relacionadas con esta sorda guerra social en la que estamos embretados, la abrumadora mayoría sin comerla ni beberla.

No menor es el hecho de cómo nos transforma -además de trastornarnos- esta guerra. En principio, como daño colateral, podemos anotar que nos vuelve más conservadores, dado que solemos interpretar como peligrosos a los desconocidos.

El miércoles a la madrugada un hombre armado con un simple caño quiso asaltar a un colectivo en la zona sur de Rosario. Cuando trepaba al estribo, el chofer pegó un volantazo: el asaltante cayó y murió aplastado bajo las ruedas. El colectivero aseguró que se trató de un accidente, que se asustó y por eso hizo la maniobra. Ojalá.

El domingo pasado docenas de habitantes del barrio Los Pinos, de La Matanza, -la mayoría, dicen, ¡mujeres!- golpearon y patearon a un jovencito hasta matarlo.

El adolescente, junto a otros, había intentado robar a un comerciante cuando iba a bajar de su auto. El hombre pidió ayuda a los gritos. Pronto acudieron sus vecinos. Tres delincuentes salieron corriendo. La víctima quedó atrapada, merced a la furia incontrolable de sus captores. Tenía 15 años. Cerca del cuerpo quedó un revólver de juguete. No hay testigos, el comerciante se fue de viaje con su familia y los numerosos asesinos están libres.

La monja que referí es de la zona donde vivía el chico masacrado. A lo mejor se hubieran podido cruzar en algún tiempo, en alguna circunstancia. Y quizá Adriana -así se llama-, con esa polenta espiritual que tiene y ese amor sin mesura hacia el prójimo, acaso lo hubiera convencido. Quizá sí, probablemente no. Pero una patota asesina de decentes del barrio Los Pinos le robó al pibe hasta esa remota, venturosa posibilidad.

48 horas después de que Clarín revelara que el plan de Seguridad anunciado por la Presidenta en marzo del 2009 apenas se cumplía y con exasperante morosidad, el Gobierno transfirió $ 200 millones para que 40 municipios de la Provincia puedan comprar patrulleros y videocámaras, entre otros elementos.

Por su parte, el gobernador Scioli aseguró que "estar limpiando de drogas la Provincia nos está ayudando mucho a bajar los niveles de violencia y ferocidad en algunos delitos".

No se entiende bien si se trata de ceguera, incompetencia o burla. Pero el resultado es macabro.

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