miércoles, 10 de febrero de 2010

OPINION NACIONAL(09/02/2010)

 

DESAFIEMOS AL FUTURO, de Tomas Bres

 

 


Turbulentos son los tiempos que estamos viviendo los argentinos. El gobierno nacional no acepta que no es el dueño de la cosa pública, la cosa pública somos nosotros. Tampoco acepta que la democracia en nuestro país y en todos los países del mundo en los cuales impera, es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. El gobierno central entiende que es de ellos, por ellos y para ellos, también los Fondos del Bicentenario. El Estado democrático requiere el respeto al equilibrio armónico de las instituciones del Estado. Durante estos meses nuestro pueblo ha asistido a una función teatral en la sólo ha sido un espectador agobiado. La Presidenta de los argentinos ha crispado el clima social, económico y político del país con una actitud temeraria, muy lejos de aquel mensaje original de consenso al anunciar el Año del Bicentenario. Quedó develada la incógnita de cómo habría de conducirse el gobierno central después del 28 de junio. La gestión del matrimonio presidencial deviene en una permanente alocución, desde lo alto del reino, a los súbditos que debemos comprender y aceptar como verdad absoluta lo que desde esa altura se nos dice. Quizás no entiendan que los súbditos pensamos que la mentira oficial es conocida. Quizás no entiendan que se puede mentir a pocos todo el tiempo, a algunos algún tiempo, pero jamás a todos todo el tiempo. La reconstrucción y la recuperación de los cimientos de una República golpeada no admite como herramienta la recurrente mentira oficial aceptada por algunos ciudadanos dependientes del poder del rey. Los valores necesitan ser recuperados y conservados por la conducta digna y perseverante del mismo pueblo. Si en vez de trabajar con entereza nos prestamos dócilmente a la costumbre de gobiernos interesados en su bienestar personal, siempre peligrosos, tendremos el merecido futuro por nuestra inacción y cobardía; tendremos al fin, la realidad oprobiosa resultante de nuestra propia indignidad. Tampoco es suficientemente útil que algunos representantes de la oposición conciban que sólo se ejerce el mandato popular caminando por un corredor mediático en busca de repercusión y presencia pública, como denunciantes de algo que todos vemos como inmoral. Admitamos también, como lo hace el pueblo, que resulta difícil comprender la contradicción de apelar a la justicia para denunciar al gobierno y a su vez declamar que la justicia está en manos del gobierno. No recuerdo, y puedo equivocarme, a Alfredo Palacios, Lisandro de la Torre, Raúl Alfonsín y otros insignes políticos, que teniendo en sus manos las armas constitucionales y la legitimidad de su función parlamentaria, recurrieran a la denuncia judicial de actos del gobierno como modo sistemático de representación de los intereses del pueblo. Lejos estoy de señalar que esto no haya que hacerlo. Sostengo que además de ello, y más importante aún en la realidad actual para la sociedad en su conjunto es que sus representantes actúen en el Parlamento Nacional proponiendo y promoviendo normas que resuelvan sus impostergables requerimientos. Honrar el noble mandato de representación recibido implica no confundir al pueblo que depositó su fe y su confianza en mujeres y hombres con rostros y corazón para que promuevan las soluciones a sus angustias y necesidades. Llegó la hora de asumir de una vez y para siempre que los Legisladores Nacionales son parte de las instituciones de una 
República golpeada por la mentira oficial, por la desinformación, por la inmoralidad, por la indecencia y por ello deben entregar un extraordinario esfuerzo, con grandeza y humildad, para prestigiar el Parlamento Argentino y demostrar que es posible con su acción recuperar los valores de la democracia y de la libertad. Construyamos prestigio. Los senadores, diputados, intendentes, concejales de cada provincia, de cada ciudad, de cada pueblo, también deben trabajar denodadamente para promover y proveer las soluciones concretas para las necesidades de su gente. No confundamos más a la sociedad. En verdad, no alcanzará el esfuerzo de la Sra. Presidenta por maquillar su autoritarismo con una actitud pretenciosamente amigable. Tampoco alcanzará el exagerado fervor de un sector de la oposición que diluye la esperanza del pueblo en ellos depositada, con actitudes banales en un desmesurado corredor de vanidades personales, para protagonizar un lejano 2011. Ha llegado la hora. Quién quiera oír que oiga. Hay que trabajar con la gente y para la gente. La política bien ejercida impone estar con la gente, entender que cada reclamo tiene una cara, sentir que detrás de cada pedido hay un alma. No admitamos la educación sin contenidos, lo legal sin moral, el trabajo sin esfuerzo, el éxito sin sacrificio, la juventud sin futuro, la libertad sin opciones, la solidaridad sin entregas, y la política sin principios. Rechacemos con una invencible voluntad las propuestas que nos lleven a aceptar mansamente esta realidad indigna. 
Recordemos el pasado, cambiemos el presente y desafiemos al futuro.

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